MUJERES, SOCIEDAD Y POLÍTICA

María de Galilea como paradigma de espiritualidad integral

Por Dario López

Poco se ha escrito desde una perspectiva evangélica sobre la mujer, las mujeres, como personajes públicos y, consecuentemente, como artesanas de una nueva manera de comprender y expresar la experiencia humana en sus múltiples dimensiones. Este vacío, con toda seguridad, se debe a la mentalidad patriarcal predominante en nuestras sociedades machistas que son replicadas en la iglesia, cuya resultante ha sido la invisibilización de las mujeres. Sin embargo, las mujeres, con sus voces y silencios, gestos y palabras, fueron forjando historias de vida y modelos de presencia pública, lamentablemente no siempre registrados, pero que quedaron en la memoria colectiva y en historia oral u escrita.

Una de estas mujeres es María de Galilea. A pesar de la escasa y dispersa información que se tiene sobre ella, los datos del Nuevo Testamento hacen posible reconstruir -así sea al paso o entre líneas- su papel como paradigma de espiritualidad cristiana integral. Las palabras y los gestos de María, registrados en los Evangelios de Mateo y Lucas, son de mucha ayuda para pensar en el papel de la mujer, las mujeres, en la sociedad y en la política, incluso en sociedades como la judía y la greco-romana del primer siglo en las que ser mujer implicaba no tener derechos ni ser considerada y tratada como ciudadana. María, desafiando al mundo patriarcal de su tiempo, fue capaz de sembrar novedad de vida y expresar con sus palabras y sus gestos quién era Dios para ella: Dios de la historia, de la vida y la justicia.

Bajo el paraguas de la historia de vida de María de Galilea, reflexiono entonces en el papel de la mujer, las mujeres, en la sociedad y en política; especialmente, en su papel como paradigma de espiritualidad integral. Una espiritualidad que, partiendo de la afirmación que el Evangelio es una verdad pública, exige confesar y vivir esa verdad en todas las dimensiones de la experiencia humana y, entre ellas, la vida social y política. A la luz de las palabras y los gestos de María de Galilea, se puede construir una vereda teológica sólida sobre la que afirme la presencia de los creyentes en el espacio público o, expresado de otra manera, en la sociedad y en la política. 

María de Galilea

De María, la joven campesina Galilea que aceptó ser la madre del Mesías, se tiene poca información en el Nuevo Testamento. A María se le menciona directamente en los Evangelios y en Hechos de los Apóstoles e, indirectamente, en dos de las cartas Paulinas[1]. Sin embargo, a pesar del papel protagónico de esta campesina Galilea en la historia de la salvación, llama la atención la información breve y dispersa sobre su vida personal y familiar, su militancia en la comunidad de Jesús y su compromiso con el anuncio de la buena noticia de salvación. 

La práctica creyente de María, su calidad de discípula fiel, su condición de testigo y mensajera insobornable, interpela y desacomoda. Interpela porque su ejemplo exige que seamos coherentes y consecuentes en todo tiempo. Desacomoda porque invita a un Seguimiento que ante nada y nadie se detiene, y que es capaz de encarar las situaciones más difíciles con una fe inquebrantable que jamás se vende o se subasta ante ningún señor temporal. María de Galilea: ¡Creyente, madre y discípula!

María la creyente, dispuesta siempre a la obediencia, traza un modelo de confianza sin reservas y de entrega absoluta de la vida al servicio del propósito salvífico de Dios. Ella estuvo dispuesta a ofrecerle a Dios uno de los bienes más preciados y sagrados que tiene una mujer: su vientre. Estuvo dispuesta a sufrir la vergüenza pública de ser madre soltera en la sociedad patriarcal de su tiempo y de ser sospechosa de adulterio o de una conducta moral indeseable. Este fue un problema que, aparentemente, le acompañó buena parte de la vida, tal como se desprende de la acusación y reproche que le hicieron públicamente a Jesús: «…Nosotros no somos nacidos de fornicación» (Jn. 8:41). Las mujeres de hoy, creyentes coherentes, integras y fieles, tienen en María un modelo y ejemplo a seguir, sean o no madres solteras, o mujeres que sufren diversas formas de violencia al interior o fuera del círculo familiar y religioso. 

Teniendo en cuenta la información escasa y dispersa que se tiene sobre ella en el Nuevo Testamento, una pregunta que brota directamente, relacionada con la invisibilidad de María de Galilea, es la siguiente: ¿Se puede reconstruir su papel como creyente, madre, discípula, testigo de la buena noticia de salvación y paradigma de espiritualidad integral, con en esta información escasa y dispersa que se tiene sobre ella? Para responder a esta pregunta se tiene que considerar que la disposición, entrega, compromiso y militancia de María de Galilea, tiene lecciones valiosas para las iglesias y para los creyentes de todos los tiempos, siendo esta una razón suficiente para indagar sobre ella en los documentos del Nuevo Testamento que registran aspectos significativos de su historia de vida.

A los evangélicos nos haría bien reflexionar sobre el papel de María como creyente, madre y discípula, particularmente, porque debido a la polémica histórica con la Iglesia Católica Romana sobre su doctrina acerca de María y, especialmente sobre la Mariolatría tan arraigada en América Latina, hemos dejado a un lado el testimonio del Nuevo Testamento sobre ella, limitándonos a citarla solamente como un personaje central en las historias del nacimiento del Mesías registradas por Mateo y Lucas, o referirnos a María simplemente como una mujer extraordinaria o virtuosa. 

Haríamos bien entonces en examinar lo que se afirma sobre María en los Evangelios y en Hechos de los Apóstoles y en pensar en las lecciones teológicas, pastorales y misionales que se derivan de esta información sobre la joven campesina Galilea que, en obediencia y en entrega sin reservas a la voluntad de Dios, traza un camino de compromiso, integridad y coherencia que se expresa en un discipulado que se va afinando y galvanizando en la cotidianidad de la vida. De María se puede afirmar que es «bendita entre las mujeres» (Lc. 1:42), ni como diria Martin en su libro “la canción de Maria” por «su embarazo ni por una santidad intrínseca o mérito alguno, sino porque a través de ella el propósito salvífico de Dios se fue cumpliendo.» 

Como María en el Magnificat pueden proclamar con gratitud y alegría la salvación de Dios. Dios que libera y que provoca un canto liberador que nadie puede silenciar, amordazar o secuestrar. Ellas pueden decir con María: «…He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lc. 1:38). 

Esto puede explicar en palabras de Gustavo Gutiérrez, que subraya que el Magnificat es uno de los textos de mayor contenido liberador y político del Nuevo Testamento. Y es así, entre razones, porque el Magnificat en su contenido y alcance liberador, visibiliza no sólo la fe de María, sino además su comprensión de una espiritualidad integral que no separa en compartimientos lo privado de lo público, la religión de la vida cotidiana, la espiritual de lo material.

María de Galilea es discípula que, en comunión con otros discípulos, aprende a esperar y confía que Dios cumplirá finalmente su promesa de empoderar a los crucificados del mundo para que sean testigos-mártires de la buena noticia de salvación en todas las esquinas y avenidas de la ciudad (polis), dentro y fuera de la frontera religiosa, y especialmente en la plaza pública tan necesitada de personas ejemplares como María de Galilea. María es un paradigma de espiritualidad integral que desafía a ser creyentes comprometidos con la vida y la justicia, creyentes que no separan la ciudadanía celestial de la ciudadanía terrenal, creyentes que viven su fe en el Dios de la Vida en todas las esquinas del peregrinaje humano común y en la cotidianidad de sus relaciones, especialmente, con las y los pobres de la tierra.


[1] Al respecto, se precisa que «El apóstol Pablo no nombra a María en carta alguna, pero hace algunas referencias ocasionales al nacimiento de Jesús (Rom 1,3-4; Gál 4,4-5), y otras más generales al modo de ese nacimiento (Gál 4, 28-29)» (Brown-Donfried-Fitzmyer-Reumann 1994:21).

Dario López 

Doctor, Pastor, teólogo, escritor, profesor de varias instituciones de Educación teológica. Ha sido miembro del Consejo Directivo de la Sociedad Bíblica Peruana, y miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) es pastor de la Iglesia Monte Sinaí en Villa María del Triunfo en Lima, Perú.

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