Por Eliezer E. Burgos-Rosado
La historia de la Natividad forma parte del ADN de nuestra fe. La hemos escuchado tantas veces que corremos el riesgo de domesticarla y volverla inofensiva. Sin embargo, cuando se mira desde los márgenes, desde los pueblos empobrecidos, racializados, desplazados y olvidados de Abya Yala, la Navidad deja de ser un relato tierno y se revela como lo que realmente es: una irrupción peligrosa, porque desestabiliza los órdenes que se sostienen sobre la exclusión; subversiva, porque invierte las lógicas del poder y devuelve dignidad a quienes han sido relegados; y profundamente esperanzadora, porque afirma que Dios no abandona a los pueblos heridos, sino que camina con ellos.
El evangelio de Lucas no narra un nacimiento neutral. Sitúa el acontecimiento en medio de un censo imperial, una política de control que desplazó cuerpos y rompió hogares. María y José no viajaron por devoción religiosa, sino por imposición del imperio. En ese contexto de movilidad forzada y desamparo, Dios decidió nacer e insertarse en la historia, asumiendo su peso.
Ahí comienza la denuncia profética: mientras el imperio se presentaba como garante de la Pax Romana, la verdadera paz de Dios llegaba envuelta en fragilidad. Augusto se hacía llamar “salvador del mundo”, pero el Salvador verdadero no nació en Roma ni en un palacio. Nació en Palestina, rodeado de animales porque no había lugar para que madre de a Luz. La Navidad desenmascara así la mentira de los poderes que prometen orden a costa de la vida de los pobres.
Este contraste no es accidental. Lucas presenta un mundo social en miniatura: desde el emperador en la cúspide hasta un infante en la base. Y en ese mundo, Dios elige el cuerpo más vulnerable. En una época donde la mortalidad infantil era altísima y los niños no tenían estatus social, Él decide revelarse como un bebé. No como un adulto fuerte, ni como un guerrero, ni como un rey triunfante. ¡Dios elige la fragilidad!
Esta elección sacude nuestra imagen de Dios y nos obliga a preguntar: ¿y si Dios no se parece a nuestras imágenes de poder, sino a nuestra vulnerabilidad compartida? ¿Y si Dios no está del lado de quienes controlan, sino de quienes resisten para sobrevivir?
No es casualidad que los primeros en recibir la noticia fueran los pastores. En su contexto eran personas de bajo estatus social, sospechosos, rurales, despreciados por la cultura urbana e imperial. No eran “respetables”. No obstante, a ellos se les confía el anuncio más grande de la historia. Dios no solo nace en pobreza; anuncia su llegada a los pobres.
Aquí se revela la opción preferencial de Dios. No como una teoría, sino como una praxis encarnada. Dios viene a quienes “no cuentan”, para decirles que cuentan. Dios viene a quienes han sido desplazados, para decirles que su historia importa. Dios viene a quienes han sido llamados “sobrantes”, para decirles que son portadores de buena noticia.
Por eso la Navidad sigue siendo profundamente relevante para Abya Yala. No es solo una fecha del calendario cristiano ni un recuerdo piadoso anual, sino una clave teológica permanente para discernir dónde y cómo Dios continúa viniendo al mundo, especialmente allí donde la vida es negada o descartada. En territorios marcados por el colonialismo, la desigualdad estructural, la violencia económica, el racismo y el despojo, el pesebre sigue hablando. Dios continúa viniendo: en la pobreza que no es elección sino herida; en la mujer violentada que resiste un día más; en la niñez con hambre que no debería cargar con el fracaso de ningún sistema; en el trabajador explotado; en la comunidad que defiende su tierra frente al capital voraz.
La Encarnación nos dice algo decisivo: Dios nos reclama siendo uno de nosotros. No desde arriba, sino desde dentro. Dios sabe lo que duele porque lo vivió. Sabe lo que es no tener lugar. Sabe lo que es depender de otros para sobrevivir. Sabe lo que es ser desplazado, migrante, vulnerable.
Por eso la fe cristiana no puede ser resignación. La Navidad nos invita a levantarnos con esperanza. La salvación que anuncian los ángeles no es abstracta ni solo futura. Es concreta, comunitaria y comienza ahora: donde se comparte el pan, donde se organiza la solidaridad, donde se defiende la vida, donde se denuncia la mentira del imperio.
Este es el llamado profético para nuestras comunidades: no han sido olvidadas. El Dios que nació en un pesebre sigue caminando con ustedes. Y así como los pastores dejaron su rutina para ir a ver lo que Dios estaba haciendo, también nosotros somos llamados a movernos del miedo a la acción, del silencio a la voz, de la fe privada a la esperanza encarnada.
¡Levántense en el nombre del que vino primero a ustedes!
Porque EMMANUEL no es solo un nombre piadoso; es una proclamación espiritual y política. Dios está con nosotros. Y ningún imperio tiene la última palabra.
Eliezer E. Burgos Rosado Teólogo puertorriqueño. Estudiante de Doctorado en Teología de la Universidad Interamericana de Puerto Rico. Pastor y graduado del Seminario Evangélico de Puerto Rico. Trabaja en temas de ética, eclesiología y justicia social. Fundador de Ediciones Didásko.
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