Por Dario López
¿Tienen las mujeres un papel protagónico en la misión de Dios o son simples personajes secundarios en la historia de la salvación? A la luz de la propuesta teológica lucana se responderá a esta pregunta. En las cartas paulinas se encuentra referencias claves con respecto a la participación de las mujeres en la misión de Dios, como compañeras y colaboradoras encontramos a Priscila, Febe, Evodia, Síntique, Trifena, Trifosa, Pérsida, María y Junias. En Hechos de los Apóstoles, además de Priscila, destacan también Dorcas, Lidia y las hijas de Felipe.
¿Qué se afirma en el tercer evangelio con respecto al papel de las mujeres en la misión de Dios, tanto como beneficiarias de la buena noticia de salvación, y como embajadoras de la gracia de Dios?
La universalidad de la salvación y la amistad especial de Jesús de Nazaret con los que se encuentran en la periferia del mundo, hebras teológicas lucanas que tejen la alfombra sobre la que se asentó su práctica liberadora, tuvo como correlato la gestación de una comunidad alternativa a la sociedad circundante. La formación de esta comunidad tuvo consecuencias sociales y políticas que, a la larga, afectaron notablemente la estructura, mentalidad y modelo de vida del mundo patriarcal del primer siglo. Fue así, porque Jesús liberó integralmente a todos los que se unieron a su movimiento galileo. Liberó a las personas, hombres y mujeres de distinta condición de vida, de todas las opresiones que las cosificaban y deshumanizaban, convirtiéndolas en desperdicio cultural, social y religioso. El Jesús lucano rompe prejuicios sociales, culturales, religiosos y políticos, tanto de género como de generación, afirmando así la universalidad del amor de Dios.
Entre estas personas estuvieron las mujeres galileas que, desde el inicio del movimiento de Jesús en la marginal Galilea, formaron parte de la comunidad de discípulos (Lc. 23:55). Jesús de Nazaret, a diferencia de los rabinos judíos y de las escuelas rabínicas de ese tiempo, además de aceptar mujeres como discípulas en clara oposición a las reglas socialmente aceptadas de ese tiempo, caminaba con ellas en lugares públicos y se relacionaba abiertamente con mujeres que tenían poder económico y con mujeres de dudosa reputación (Lc. 8:1-3). Esta fue una práctica contracultural y antisistema, única en su tiempo, y paradigmática para todos los tiempos. No se tiene que olvidar, además, que las mujeres que seguían a Jesús, si bien provenían de distintos estratos sociales asi tenemos a Juana y Susana en contraste con María Magdalena, compartían, sin embargo, la condición de personas excluidas en la sociedad estamental y patriarcal de Palestina.
El autor del tercer evangelio coloca a las mujeres como protagonistas de la historia de la salvación. Ellas no son simples espectadoras, personajes secundarios, accesorios desechables o material de relleno en la historia de Jesús que Lucas registra en su evangelio. En el evangelio lucano las mujeres no son ninguneadas o tratadas como sobrantes, nunca están calladas, y no son amordazadas o invisibilizadas. Hablan con su silencio o con su voz, con gestos y con palabras, con su compromiso firme con la vida. Ellas participan activamente en el movimiento de Jesús, son puestas como ejemplo y modelo de confianza en Dios, estuvieron al pie de la cruz y fueron testigos privilegiadas de la resurrección. Las mujeres galileas destacan por su compromiso público con Jesús (Lc. 8:1-3), su fidelidad hasta las últimas consecuencias (Lc. 23:49, 55-56), los riesgos que tuvieron que enfrentar cuando fueron a la tumba de Jesús (Lc. 24:1) y como pregoneras privilegiadas de la buena noticia de la resurrección de Jesús (Lc. 24:9-11).
Sobre su protagonismo en la historia de la salvación, Lucas en el evangelio de infancia (Lc. 1-2), subraya que fueron testigos primarios del advenimiento del Mesías, portavoces del amor universal de Dios y sujetos favorecidos de la amistad especial que Dios tiene con los de la periferia del mundo. De esa manera, dos mujeres ancianas (Elisabet y Ana) y una joven campesina galilea (María), dan testimonio de la forma como Dios actúa en la historia, utilizando para su propósito de salvación a quienes para nada se les tenía en cuenta en el discurso oficial o que estaban consideradas como desperdicio social.
Las historias paradigmáticas de la suegra de Pedro (Lc. 4:38-39), la viuda de Naín (Lc. 7:11-17), la mujer que ungió a Jesús con perfume (Lc. 7:37-50), la hija de Jairo (Lc. 8:40-42, 49-56), la mujer que tenía flujo de sangre (Lc. 8:43-48), Marta y María (Lc. 10:38-42), la mujer encorvada (Lc. 13:10-17) y la viuda pobre (Lc. 21:1-4), abonan también en la misma dirección: el trato favorable que Jesús tuvo con las mujeres y su protagonismo central como sujetos del amor y de la justicia del reino de Dios.
Lucas puntualiza entonces, a lo largo de su historia de Jesús, que la buena noticia de salvación fue desmantelando, paso a paso, las estructuras de opresión de la sociedad estamental y patriarcal que tenía a las mujeres como menos importantes, como sobrantes, como ripio social, o como artículos accesorios. Al darles voz y ponerlas como protagonistas en la historia de Jesús, además de resucitarlas socialmente, valoró su dignidad como creación de Dios y reconoció su importancia como sujetos en pie de igualdad con los hombres. Aquí es importante acentuar el esmero que Lucas tiene en su evangelio por visibilizarlas, situándolas en el centro de las historias que registra, dejando que hablen con palabras y con gestos que dan testimonio de que han sido liberadas integralmente de todas las opresiones que las cosificaban y deshumanizaban.
Las mujeres lucanas, como las mujeres galileas, son señales visibles de la presencia del reino de Dios que acoge a todos, transforma todo, y libera para disfrutar de la libertad y de la justicia de Dios en la cotidianidad de todas las relaciones humanas. En otras palabras, según Lucas, la radicalidad de la buena noticia de salvación no está reñida con la universalidad del amor de Dios. Desde la perspectiva lucana, todo es prójimo y de todo somos prójimo, y esta exigencia incluye, por supuesto, a la presencia de las mujeres como embajadoras en primera línea de la Gracia y la Justicia del Dios de la Vida. ¿No fue ésta la comisión encargada a María Magdalena, testigo privilegiada del triunfo de la vida sobre la muerte, y embajadora singular de la resurrección de Jesús?
Jesús con sus palabras y con sus acciones de justicia, va proclamando y visibilizando una liberación integral. Denuncia los pecados personales y sociales, desestructurando prácticas sociales, culturales y religiosas que rebajaban la dignidad humana de mujeres, cobradores de impuestos, samaritanos y enfermos de todo tipo. Libera a personas como las mujeres de todas las opresiones que desfiguraban su valor como imagen de Dios y devaluaban su dignidad como creación de Dios. Da voz a quienes no tienen voz en la sociedad oficial. Convierte en protagonistas de la historia de la salvación a quienes estaban considerados como insignificantes y sobrantes, como fue el caso de las mujeres. Y forma una comunidad voluntaria de igualados que, con su estilo de vida, se convierten en una crítica abierta a la sociedad estamental y patriarcal del primer siglo.
Dr. Dario López
Pastor, teólogo, escritor, profesor de varias instituciones de Educación teológica. Ha sido miembro del Consejo Directivo de la Sociedad Bíblica Peruana, y miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) es pastor de la Iglesia Monte Sinaí en Villa María del Triunfo en Lima, Perú.
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