Por Steve Privat
En la narración del Génesis, específicamente en la creación, Dios parte desde el desorden: “y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo” (Gn.1:2), este es uno de los mitos fundacionales más poderosos y universales en la historia de la humanidad. Desde una perspectiva antropológica, esta historia no solo tiene relevancia teológica sino también cultural y psicológica, ofreciendo una profunda comprensión de cómo los seres humanos han percibido y manejado el caos y el orden a lo largo de milenios.
En el mismo texto no nos relatan por qué todo era caos, pues ya el segundo verso del inicio de la Biblia nos menciona que hubo un momento en que todo estaba desordenado y vacío; pero no sabemos cómo se llegó a esa condición. Este misterio sobre el origen del caos nos deja reflexionando sobre la naturaleza de la existencia y su tendencia a veces inexplicable hacia el desorden. Nuestras vidas pueden tomar ese rumbo de manera inesperada. Nos encontramos viviendo en una aparente normalidad y, en un cerrar y abrir de ojos, nos vemos sumidos en un escenario similar al descrito en el Génesis: un vacío abrumador y un estado de desorden caótico. Es en estos momentos de crisis personal cuando la narrativa bíblica cobra un nuevo sentido y relevancia.
Los desafíos cotidianos, las pérdidas inesperadas y los cambios abruptos pueden dejarnos sintiéndonos desorientados y vacíos. Muchas veces, ante estos momentos de oscuridad, podemos quedarnos absorbidos por la desesperanza, incapaces de ver una salida o de reconocer algún potencial en ese estado caótico. Sin embargo, cuando Dios comenzó a trabajar en la creación, la tierra estaba desordenada y vacía. Esta imagen inicial del Génesis no es simplemente una descripción de un estado físico, sino una metáfora profunda que se puede aplicar a nuestras propias vidas. Nos recuerda que no importa cuán caótico o vacío pueda parecer nuestro mundo interior, hay siempre la posibilidad de transformación y renovación.
El relato bíblico nos muestra que la creación no fue un proceso instantáneo, sino una serie de pasos meticulosos y deliberados. Primero, Dios dijo: “Hágase la luz” (Gn.1:3), y la luz se hizo. Este acto de traer luz a la oscuridad es simbólico de la claridad y la dirección que se introduce en una situación caótica. Cuando nos encontramos en medio de la confusión y el vacío, el primer paso hacia la transformación es permitir que la luz de la verdad y la esperanza ilumine nuestras vidas. Esta luz puede venir en muchas formas: la sabiduría de un mentor, la comprensión profunda de una experiencia dolorosa, o la guía espiritual que nos brinda una nueva perspectiva.
Después de la creación de la luz, Dios separó las aguas de los cielos y las aguas de la tierra (Gn.1:6-7). Este acto de separación y organización es crucial para la creación de un mundo habitable. En nuestras vidas, este paso puede reflejarse en la necesidad de poner límites, de ordenar nuestras prioridades y de establecer un sentido de propósito. Separar lo que es valioso de lo que no lo es, identificar nuestras metas y trabajar hacia ellas con determinación, nos permite transformar el caos en orden.
El siguiente paso en la narrativa de la creación es la aparición de la tierra seca y la vegetación (Gn.1:9-12). Aquí, Dios no solo crea un espacio habitable, sino que también introduce la vida y la capacidad de crecimiento. Este es un recordatorio poderoso de que no solo necesitamos orden, sino también la capacidad de florecer y desarrollarnos. En la vida humana, esto puede significar nutrir nuestras pasiones, desarrollar nuestras habilidades y cultivar relaciones significativas. Es el proceso de descubrir y alimentar lo que nos da vida, lo que nos llena de propósito y alegría.
A medida que avanza la creación, vemos la introducción de los cuerpos celestes (Gn.1:14), los animales (Gn. 1:20-21; 24-25) y, finalmente, los seres humanos (Gn.1:26). Cada uno de estos elementos añade complejidad y belleza al mundo, transformándolo de un estado de desorden y vacío a uno de armonía y plenitud. En nuestras propias vidas, esto nos recuerda que la transformación no es un proceso solitario. Involucra la interacción con otros, la creación de conexiones significativas y la contribución al bienestar de la comunidad. Al igual que la creación del mundo, nuestras vidas pueden alcanzar un estado de plenitud y belleza a través de la colaboración y la interdependencia.
El proceso de la creación culmina con Dios viendo todo lo que había hecho y declarando que era “bueno en gran manera” (Gn.1:31). Este es un momento de satisfacción y realización, donde el trabajo arduo y la dedicación culminan en un resultado que supera todas las expectativas. En la vida humana, alcanzar este punto puede parecer una tarea monumental, especialmente cuando estamos atrapados en el desorden y el vacío. Sin embargo, la historia de la creación nos enseña que, con paciencia, fe y esfuerzo, es posible transformar cualquier situación en algo extraordinario.
Es importante recordar que este proceso de transformación no es lineal ni exento de dificultades. A lo largo de nuestras vidas, enfrentaremos desafíos y retrocesos que pueden hacernos dudar de nuestra capacidad para crear algo “bueno en gran manera” (Gn.1:31). Sin embargo, en muchas ocasiones, nuestras vidas pueden sentirse de esta manera. Los retos, las pérdidas, las dudas y los fracasos pueden dejar nuestro corazón desordenado, y a menudo, experimentamos un vacío que parece insuperable. Es en estos momentos cuando la narrativa de la creación se vuelve especialmente relevante y consoladora.
La historia del Génesis nos enseña que Dios no se asusta ante el caos, pues “su espíritu se movía sobre la faz de las aguas” (Gn.1:2). No se desanima por el desorden. En lugar de eso, comienza su obra creativa precisamente en medio de ese desorden y vacío. La creación de la luz, la separación de las aguas, el surgimiento de la vida y la belleza, todo empieza desde un punto de caos total. Esta verdad es una fuente de esperanza, sugiriendo que no importa cuán desordenadas o vacías sean nuestras vidas, Dios tiene el poder y la intención de crear algo bueno y hermoso en medio de ello.
Cuando reflexionamos sobre nuestros propios mierderos – esos momentos en que nuestra vida parece ser un caos absoluto – es crucial recordar que estos no son puntos finales, sino puntos de partida. La obra de Dios en la creación nos muestra que el desorden no es un estado permanente, sino una fase transitoria. El vacío puede ser doloroso, pero también es un espacio donde algo nuevo puede nacer. Al igual que la tierra al principio de los tiempos, nuestras vidas pueden ser moldeadas, llenadas y transformadas.
La promesa de la creación es que el final de la obra de Dios siempre es algo “bueno en gran manera”. Esto no significa que todos los problemas desaparezcan mágicamente o que la vida se convierta en una sucesión ininterrumpida de alegrías. Más bien, sugiere que, a pesar de los desafíos y las dificultades, el resultado final de la intervención divina será algo que vale la pena, algo que trasciende nuestro entendimiento y expectativas.
Esta perspectiva puede cambiar radicalmente nuestra forma de ver las dificultades. En lugar de ver el desorden y el vacío como una señal de fracaso, podemos verlos como una oportunidad para la creación divina. Cada caos, cada vacío, es una oportunidad para que algo nuevo y maravilloso emerja. Es un recordatorio de que Dios no solo ve nuestras vidas en su estado actual, sino en el potencial de lo que pueden llegar a ser.
La narrativa de la creación también nos invita a participar en este proceso. No somos simplemente observadores pasivos. Se nos llama a ser co-creadores, a colaborar con Dios en la transformación de nuestras vidas y del mundo que nos rodea. Esto implica fe, paciencia y la disposición a ver más allá del caos presente hacia la posibilidad de un futuro redimido y lleno de propósito.
En última instancia, la historia de la creación es una invitación a la esperanza. No importa cuán desordenada o vacía sea nuestra situación actual, hay siempre la posibilidad de renovación. Dios tiene la capacidad de tomar el caos y transformarlo en cosmos, de llenar el vacío con vida y propósito. Y así como el Génesis concluye con la declaración de que todo era “bueno en gran manera”, podemos confiar en que, a través de la intervención divina, el final de nuestra historia también será bueno en gran manera. Esta es la promesa que nos sostiene, la luz que brilla en la oscuridad de nuestro desorden y vacío, guiándonos hacia un futuro lleno de esperanza y belleza.
_______________
Steve Privat: Activista peruano por la justicia climática. Estudiante de antropología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.