Por Claudio Ramírez
Hablar de una mujer de las invisibilizadas de la sociedad salteña y en general del Abya Yala, no debería serle extraño a la reflexión teológica, ya que desde hace un tiempo atrás se viene desarrollando en el contexto de la teología bíblica feminista, el estudio centrado en biografías personales, es decir: “una metodología de las historia vividas, esto es, la atención a la llamadas microhistorias, en las cuales determinadas transformaciones sociales, culturales, también eclesiales, aparecen vinculadas a la vida cotidiana de personas en los más diversos contextos geográficos”.
En este sentido, hablar de Timotea, mi abuela paterna, una mujer con raíces de pueblos originarios como muchas otras que han vivido en el siglo XX, en el espacio y tiempo de la ciudad de Salta, una ciudad que se fue estructurando colonialmente desde el linaje patriarcal europeo con una veintena de familias que conformaron el grupo hegemónico de la sociedad salteña[1]. Una sociedad como dice la investigadora Lastero, Lucila:
“…se caracteriza por estar fuertemente marcada por la estructura colonial. Ciertas prácticas coloniales, como la contratación ilegal de habitantes de pueblos originarios para el trabajo en los campos, el derecho de pernada y la figura del patrón de estancia, se han desarrollado holgadamente a lo largo del siglo XX y XXI inclusive. El poderío de una oligarquía terrateniente, representada principalmente por el varón criollo, sujeta al catolicismo y a la exaltación de lo gauchesco por medio de los símbolos folclóricos, ha delineado la vida política y cultural de Salta”
En este sentido, este trabajo quiere contar la microhistoria de Timotea, como el proceso de invisibilización y de despojo ancestral de los pueblos de Salta y de toda el Abya Yala, que han sufrido en el proceso histórico de colonización, un insomnio cultural, social y espiritual de las raíces originarias, pero que a la vez emerge una mirada feminista que posibilita activar la memoria dentro de los procesos histórico.
Una historia de silencio y periferia
Timotea, un mujer de piel marrón, de ojos negros con una mirada de cien horizontes, de cabellos largos y peinados con trenzas, aunque algunas veces usaba un pañuelo en su cabeza. Su vestimenta era una blusa y pollera largas y en los pies unas alpargatas. Vivía en la periferia de la ciudad de Salta, en el kilómetro 16, en el paraje llamado de la Higuerillas. Tenía una casa de adobe con dos habitaciones, una cocina al intemperie donde cocinaba a leña, criaba gallinas y cabras y tenía una pequeña huerta. La tierra donde habitaba era el territorio antiguamente de los Diaguitas que hablaban el cacan, posteriormente fueron de los Calchaquíes, que habían adaptado el quechua por la introducción de mitimaes del Imperio Inca en la región[2].
Pero Timotea, ya no es la dueña del terreno porque es la tierra de los blancos y a los que les tiene que pagar a modo de arriendo, un cierto derecho de habitar y trabajar la tierra. Tiene que pagar con animales para el patrón, con los quesos de cabra que fabrica con sus propias manos y utensilios. Ya no habla fluido el quechua, solamente algunas palabras, porque a sus padres les impusieron el castellano y es con un castellano mal hablado que se relaciona con las gentes. Les dijeron que no eran “indios”, que su pueblo no es de los originarios, sino que son criollos y les impusieron el folclore gauchesco como identidad nueva, más conforme a la realidad de los blancos que a la sangre ancestral. Aún así, en este contexto de opresión y olvido, Timotea sigue hablando con las plantas, celebra la pachamama, cree que los muertos están acompañando su vida, que el cerro que se levanta detrás de su casa tiene un espíritu que le favorece con las plantas y yuyos que le dan sabor a sus comidas, que trata a sus cabras como a un hijo más, en definitiva Timotea no ha dejado de escuchar su sangre ancestral.
Timotea, desde una teología Abya Yala ancestral
Al buscar la etimología del nombre Timotea, nos encontramos, de nuevo con una postura patriarcal, que las definiciones aluden primeramente al homónimo masculino, que lo definen como amor o adoración a Dios y de ahí concluyen que Timotea significa la que ama o adora a Dios, pero no cae en cuenta que la terminación tea o theà, significa Diosa, por lo tanto sería la que ama o adora a la Diosa.
En el camino de una hermenéutica de la sospecha, se sospecha primeramente que la experiencia de lo espiritual tenga que reducirse a la experiencia masculina de un Dios que es Padre, aunque la sabiduría ancestral judía manifieste, en ciertas ocasiones, que Dios actúa como madre. Lo perjudicial de reducir la experiencia de Dios a una relación paterna, es el riesgo de formar estructuras patriarcales que terminan dominando a la mujer enfrascando en un lugar social de minoría ante el varón macho, imagen de Dios.
Para los pueblos originarios, los dioses y las diosas, lo masculino y femienino son parte de un equilibrio cósmico que se interrelacionan comunicando vida y alegría. En este sentido, Timotea, nos recuerda un equilibrio que se ha perdido en la manera de cómo nos acercamos a la divinidad, el aspecto femenino de la ternura y misericordia de la Diosa que a pesar de todos los males, nos invita a cambiar de horizonte de sentido, abriendo caminos de esperanza para un mundo mejor posible, sin colonización, sin patriarcalismo, una nueva memoria que circula por las sangre de las y los habitantes de Salta y del Abya Yala.
[1] Al respecto de la función social de las mujeres en Salta y la influencia de las familias hegemónicas, ver el informe del estudio de Liliana, Mendoza Pontífice, “Reproducción social en familias prominentes de Salta: un análisis desde la categoría género”. En: https://cuartopodersalta.com.ar/patriarcado-y-blasones-en-salta/.
[2] Al respecto de la lengua utilizada en el pueblo salteño, ver el estudio de Susana L. Martorell De Laconi, “Relación del español del N.O. argentino con el español andino”; En: http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1668-81042001000100009.
Claudio Ramírez – Teólogo con estudios de maestría en Teología Dogmática por la Universidad Católica de Córdoba. Miembro fundador de la comunidad en diálogo intercultural ÑAWI. Escribe sobre espiritualidad ancestral y eco-teología.
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